PANORAMA DEL VIDEOARTE EN BOLIVIA
Curadora: Narda Alvarado
"Esta selección que agrupa videos producidos entre 2002 y 2020 ejemplifica un fructífero período de apertura y proliferación del videoarte que, de paso, da lugar a una inminente diversificación de la práctica artística en Bolivia. Por este motivo, algunas obras de este panorama son piezas significativas de la historia del videoarte de Bolivia, como el video-performance “Tejidos” del artista visual Joaquín Sánchez efectuado en 2002 para el CONART; uno de los primeros concursos de arte contemporáneo del país. Otro ejemplo clave es la obra de producción experimental “Pushka 0.2”. Ésta fue creada en 2010 por la artista new media y tejedora, Sandra de Berduccy I aRUMA, quien interviene y combina diversas técnicas y tecnologías analógicas y digitales, modernas y premodernas (televisión, cassette y técnicas de tejido ancestral), para generar un tejido tecnológico de imágenes híbridas para una video-instalación.
Este panorama también incluye dos videos que fueron escogidos de entre más de 80 piezas de videoarte producidas entre 1996 y 2020 por el artista audiovisual y arquitecto alteño Iván Cáceres (1976). Iván empezó a hacer videoarte en 1994 sin tener la menor idea de que éste existiera como lenguaje, y sin siquiera sospechar que lo que hacía fuera arte. Esto, gracias a que su tío le prestaba la cámara VHS con la que filmaba eventos y reuniones familiares de orden festivo. De este modo, el conjunto de obra de este video-artista innato es el caso más paradigmático de producción video-artística madura generada, en un principio, sin referentes directos de videoarte, reflejando así algunas condiciones de producción de la escena artística boliviana. Luego, esta compilación incluye también obras cuya aproximación al videoarte como lenguaje responde a factores de orden conceptual, artístico y/o estético. Es decir que el video es empleado para resolver una obra de arte formalmente, o es utilizado con la intención de explorar la formalización de una idea o concepto dado. Tal el caso de la pieza “Procesión” (2015) del artista audiovisual José Ballivián, que recurre al video como medio idóneo y herramienta flexible para darle movimiento, ritmo y sonido a su búsqueda por estetizar o de hacer una estética de lo culturalmente abigarrado. Un ejemplo de exploración formal-conceptual es la brevísima video-animación stopmotion, “La Ola” (2016), de la acuarelista y artista audiovisual Alejandra Alarcón. En ella, la maqueta de una ola hecha con papel y acuarela, que rota durante 9 segundos, traduce la diversidad de sentidos y sentimientos que giran en torno al mar y a las nociones de mediterraneidad. En muchos casos, el uso del video como medio tiene su origen en imposibilidades de orden económico, o dificultades logísticas o técnicas; posibilitando la ejecución de una idea, convirtiéndose, así, en una estrategia de producción artística. Asimismo, algunos otros videos fueron creados por artistas bolivianas y bolivianos que residen fuera de Bolivia, o que tuvieron acceso a la producción internacional, pero que mantienen una honda conexión con la “realidad”, la cultura y la escena del arte bolivianas. Como los cortísimos “Pelota” y “Transacción” de Douglas Rodrigo Rada, ambos producidos en México, en 2003. O como el extracto de la pieza “Cada edificio de la Avenida Alfonso Ugarte – A partir de Edward Ruscha” (2011) de la artista cruceña Claudia Joskowickz, que reside en Nueva York y produce obra en Bolivia. El trabajo videográfico de Claudia se enmarca en la construcción de la memoria de su natal Bolivia, y del paisaje latinoamericano.
En términos de contenido, resulta indispensable señalar que —puesto que la sociedad boliviana puede definirse como una altamente politizada debido a su agitada historia política, a su notable multidiversidad cultural, y por estar eminentemente organizada socialmente— la producción boliviana de videoarte tiende a manifestar una clara madurez, consciencia e imaginación (política) que diferencia la política de lo político, lo coyuntural de lo pertinente, lo superficial de lo útil, lo partidario de lo partidista, lo mediático de lo crítico, el paternalismo de la autodeterminación, o lo formalista de lo conceptual, por citar algunas categorías que son preponderantes en dicha producción. En adición, ésta intenta evidenciar y ahondar en el pensamiento y cosmovisión de una sociedad y cultura que es, al mismo tiempo (digamos): pre-moderna, moderna, posmoderna y que se percibe simultáneamente como occidental y no-occidental. Precisamente, la obra “Dual” (2015) de Alejandra Delgado expone —además de referirse a otros asuntos— esta condición existencial del ser boliviano que no es un dilema sino una forma de ser: la de estar y no-estar, la de pertenecer y no-pertenecer, simultáneamente. “Vritual Cibernético: frecuencias y latidos” (2020) de Aldair Indra evidencia, igualmente, el pensamiento y cosmovisión de una sociedad que transita libremente entre los rituales de la pre-modernidad, los consumos de la modernidad y las circunstancias de la posmodernidad, como es el caso de la pandemia covid.
Ahora, uno de los cuestionamientos más apremiantes que el proceso de selección planteó, consistió en decidir si la selección debía necesariamente, o no, incluir obras que presentaran las facetas más “llamativas” o incluso las más “turísticas” de Bolivia. O sea, aquellas relativas a la exuberante cultura boliviana como son las festividades religiosas, el folklore y la ritualidad andina, o aquellas que dan cuenta de la gran riqueza paisajística, y de la extensa y biodiversa geografía del corazón de Sud América. También surgieron serios cuestionamientos respecto a la inclusión de obras de carácter netamente político-coyuntural. Respecto a esta última cuestión —dada la complejidad y el intrincado carácter de los asuntos concernientes a esta nación que, actualmente, se construye y deconstruye a partir de una idea propia de descolonización con el fin de autodefinirse y autodeterminarse—, este comisariado resolvió evitar dar cabida a lecturas de la “realidad” política, social o económica boliviana que pudieran comprometer la integridad de sus hechos y de su respectiva interpretación. No obstante, con la finalidad de ofrecer una breve ilustración de cómo el artista boliviano aborda problemáticas coyunturales, desde un acercamiento estrictamente video-artístico, esta selección incluye la pieza “Verbigracia, el retorno” (2014) del joven artista y productor audiovisual Carlos Mujía. En ella, soldados del regimiento histórico “Colorados de Bolivia” —conocido por sus acciones en la Guerra del Pacífico (1879) contra el vecino Chile, que derivó en el enclaustramiento boliviano— avanzan y retroceden haciendo referencia a ese “retorno” que no tiene cabida en el ámbito militar. Empero, apunta al retorno de las relaciones internacionales que continúan, intermitentemente, demandando una salida soberana al mar desde hace casi siglo y medio.¨
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