Articulo publicado en el periódico Los Tiempos
acuarela, lobos y granadas
A propósito de la
pintura de ALEJANDRA ALARCÓN, que sigue expuesta en el Espacio Patiño hasta el
10 de marzo.
Hay un lobo azul, hay un
corazón y hay una granada, hay una niña pero también hay una calavera, hay
multitud de ovarios… Temas y figuras que se entrecruzan y encuentran por los
cuadros de Alejandra Alarcón, mostrándonos la entrada a un espacio en el que la
realidad pertenece a otros dominios, donde está en juego algo central y aún
desconocido.
Personajes y temas,
animales o bebés, calaveras o niñas, se encuentran en medio de un proceso que
intuimos aunque no sepamos cuál, están en trance de transfiguración o en pleno
aullido, en vuelo o bajo la tierra. El caso es que siempre algo está
sucediendo, o acaba de pasar y vemos la imagen de un instante, entre la
limpidez y la angustia, y sólo recibimos señales vagas de lo que pueda ser,
fragmentos de una historia que se despliega, en sus propios términos y fuera de
nuestro alcance.
Algo ha pasado, pero no
sabemos, ni nunca sabremos, qué antecedió a lo que vemos ahora, cómo es que
estos personajes, o estos cuerpos, están así, en esta situación. Pero la
verdadera situación, en realidad, es la de la pintura. Lo que ocurre, es la
pintura –las acuarelas en este caso.
La propia naturaleza de
la acuarela, justamente, propicia el carácter fragmentario y
evanescente de una historia de la que sólo vemos retazos, instantes. Los
episodios, si así fuera posible llamarlos, han sido trazados como de un solo
golpe, de un único trazo. El blanco del papel es siempre el que domina todo el
espacio y es en medio de él que, tajante y rotunda, entre la precisión y la
mancha, el fulgor y la fijeza, se asienta, parco y suficiente el motivo del
cuadro.
Se mezclan los colores,
se mezclan los flujos, se mezclan los cuerpos. Transfiguraciones, devenires: el
lobo, el feto, o los huesos, la pelvis, los corazones, los ovarios, conforman
diversos arreglos, mezclas, personajes, momentos de un cuento terrible, que
nadie sabe pero dentro del que, al mirar los cuadros, inevitablemente ya
estamos metidos.
Tenemos, de todas
formas, la indicación de que se trata de las andanzas de Perséfone, así como un
día fueron las de la Caperucita, cuyo lobo vuelve a merodear y transvertirse,
cortarse. Y si bien la misma granada que aparece en todas partes pertenecía
originariamente al mito griego, aquí sus granos, o semillas -color
granada- pueden ser también ovarios o ella misma un corazón. O
granada que se abre y cae la sangre menstrual, los ovarios suben al corazón. No
en vano, al definir su empleo de la acuarela, dice AA: “la relaciono con los
fluidos. Porque son cambiantes, no respetan limites, no están definidos, (la
acuarela) es orgánica, al igual que la identidad.”
Y en cuanto a la poca
extensión de las partes pintadas en relación a la extensión del papel, o del
vacío, también precisa: “Cada vez pienso más que la acuarela es la técnica del
saber detenerse, más que del hacer y hacer. En mi proceso, cada vez pongo menos,
pero de forma más certera. Me encanta la forma de trabajar la tinta china en
oriente, donde se resuelve el contenido solo con unos trazos. La inmediatez y
transparencia de la acuarela deja un registro de tus estados emocionales y
mentales, eso me encanta, no se puede mentir. Tampoco hay corrección. Es una
última danza ante la muerte. Tiene que ser impecable.” (Entrevista en Opinión).
Los temas de
ovulación-embarazo-nacimiento, a su vez, en general los tiene
secuestrados el discurso y la maquinaria médica, en vez de que
pertenezcan plenamente a donde en verdad les corresponde: a la vida cruda, a la
charla, al arte, al cuento, -a la pintura. Eso es lo que hacen,
entre otras cosas, los cuadros de AA: restituyen a su verdadero espacio de
interrogación, celebración y asombro, los temas (y los flujos), más esenciales
que nos pueblan, por mucho que normalmente se los esconda bajo la alfombra.
Hasta que, justamente, viene el arte a retirar esa alfombra. O, llegado el
momento, también el espectador de estos cuadros, que es convocado a hacerlo.
Si bien la huella del
acontecimiento quedó expuesta aunque no se haya entregado ninguna clave segura,
es ahora el propio espectador el que tiene que hacer el trabajo.
Pasar entre los cuadros, que tan imperativamente nos interpelan, de pronto,
tiene también el valor de un análisis. No se sabe si se está siendo el
analizante o el analizado, en un proceso inquietante, que no se entiende pero
se siente. Algo, entre seductor, incómodo o enigmático, está sugerido y pareciera
estar ocurriendo, en el mismo instante en que se lo ve. Un erotismo difuso
aparece por doquier, con su dosis de ironía. Algo sufre y algo se redime.
Una última observación:
¿cuál es la filiación de AA, a qué linaje pertenece? Pues ella también se
inscribe en esa vieja línea de pintoras brujas, como Remedios Varo y Leonora
Carrington.
Juan Cristóbal Mac Lean.
(Cochabamba, Bolivia, 1958).
Recientemente publicó La mano que mira (Ensayo) y Cerro (Poemas) .