jueves, 8 de mayo de 2008

Caperucita la más roja



Caperucita la más roja 








Exposicion Individual 
Centro Simòn I. Patiño 
Cochabamba, Santa Cruz, La Paz



































































Lilith encapuchada de lobo


                                                                                             Ana Lilia Maciel Santoyo.

Según Nicolas Bourriaud estamos viviendo un particular y conspicuo período de reciclaje cultural. Si en los diversos contextos de nuestra cultura circulan ya tantas imágenes, sonidos, mitos y discursos cuya función se ha agotado, el artista contemporáneo de cualquier latitud está en posición de seleccionar, manipular y reprogramar cualquiera de ellos y dotarlos de nuevas redes de sentido permitiéndoles a algunos de ellos sobrevivir a la extinción. Parece que eso es el reciclaje cultural y su escenario mas controvertido está en donde las culturas desde tiempo atrás han sido educadas o domesticadas con los imaginarios del viejo continente y así, se han mezclado y yuxtapuesto con lo propio como es el caso de Latinoamérica.

Podemos añadir a favor de esto que la idea de semiósfera nos es útil para concebir ese espacio privilegiado para reciclar signos; allí circulan, flotan, crecen, se reproducen y eventualmente mueren todo tipo de objetos culturales, unos son muy actuales; otros, en cambio, gozan de una antigua genealogía; como los viejos cuentos infantiles. Estos viejos objetos culturales han devenido, han cambiado, se han vuelto imaginario colectivo, pero no son lo que parecen y muestran situaciones que sólo cobran verosimilitud dentro de una narración. Por ejemplo, pensemos en el lobo disfrazado de abuelita de Caperucita, o en la perversa relación entre Blanca Nieves y su guapa madrastra que se han prestado a diversas conjeturas por parte del psicoanálisis o la psicología social. Sin embargo, estos viejos objetos culturales, como veíamos con Bourriaud son aún susceptibles de ser reciclados por el arte. Mas aún, demandan una reprogramación.

Estas reflexiones son pertinentes para acercarnos al trabajo artístico de Alejandra Alarcón porque en él se observa una particular actividad de reciclaje a partir de una selección de iconos culturales mezclados en montajes y en soportes variados que nos invitan a reconsiderar nuestros lugares comunes sobre el hecho de haber nacido con sexo femenino, de jugar a las muñecas, de asumir la maternidad per se y de ser modelada culturalmente para esos roles a pesar de todos los históricos feminismos.

La interesante serie de trabajos que nos muestra Alejandra Alarcón nos pone frente a una reelaboración no sólo del cuento, y del mito subyacente en el cuento, sino que nos cuenta su propia versión del imaginario perverso y prohibido que ya contiene en germen esa narración, que deja de ser infantil e ingenua, para convertirse en algo ambiguo, seductor, jocoso y no por eso menos inquietante, porque aborda temas que ya pertenecen a la reserva arquetípica de cualquier mortal, ya sea hombre o mujer: la niña, la virgen, la madre… y la bruja. Como la ronda que jugaban las niñas a principios del siglo XX: Niña bonita, doncella, casada, viuda, enamorada y vieja apachurrada.

Las diferentes series exploran en variadas direcciones la posibilidad de encontrarnos con los deseos reprimidos de las niñas-mujeres, con el poder que soterradamente se va mostrando al invertir, distorsionar, mezclar, yuxtaponer y recomponer la imagen femenina que es planteada en los cuentos y emulada en lo cotidiano inadvertidamente.

Los diferentes soportes y técnicas que utiliza Alejandra (dibujo-acuarela, foto, video, objetos intervenidos, etc.) nos permiten explorar con ella su personal versión de la infancia con muñecas, de la relación con los espejos que tienen las mujeres, del extraño vínculo madre-hija. Una vez que prescindimos de la represión y sus consecuencias podemos encontrarnos con vaporosas y ensangrentadas acuarelas de Caperucita y Blanca Nieves jugando al rol de Lilith o con mujeres lobo en luminosas fotografías, también con jocosas animaciones que invitan a reflexionar sobre el cuerpo vivido y el cuerpo idealizado.



En todas estas piezas Alejandra organiza su trabajo artístico como una crítica a la persistencia de esos relatos-modelos que en lo profundo nos sigue proponiendo la cultura.
Al reciclarlos permite que emerjan imágenes que nos ponen frente a la necesidad de reciclar también los tradicionales roles de género, de no tomarlos demasiado en serio una vez que los tenemos que jugar. Lo que nos propone Alejandra no tiene que ver con la ideología feminista, tiene mas que ver con la asunción de un juego múltiple donde lo femenino es sólo una de sus posibles resonancias, es pensar en la complejidad de la psique y del cuerpo, y es también la opción por explorar viejas rutas ancestrales en su condición de género. No hay que olvidar que el arte es terror domesticado.